“Gracias a la historia del caballo, recordé que fue muy estresante para mi el ver esta imagen, en donde miles de preguntas venían a mi mente y a las cuales no les tenía respuestas. Mi hijo no parecía interesarse por la actividad del caballo y mucho menos por compartir con los otros niños, yo me sentía terrible”.
Recordé la historia de este caballo gracias a que mis hijos sacaron una caja con peluches y comenzaron a sacar uno por uno; con el objetivo de recordar la historia de cada uno, en medio de tantos recuerdos me acordé de su historia. Cuando lo vi, retrocedí mas o menos 10 años. Me encontré en un lugar en un centro comercial de Bogotá, en donde realizaban fiestas infantiles. Habían invitado a mi hijo Samuelito a una fiesta de un compañero de su Jardín. Yo lo llevé a la fiesta, mientras, mi esposo se había quedado con mi otro hijo, Gabrielito; quien en ese tiempo tendría mas o menos 2 años.
Por un momento, el recordar la historia del caballo, me llevó a ese momento. Momento en el que en medio de la fiesta, los niños debían diseñar la camiseta del caballo. Luego, sentarse al rededor de una mesa a seguir las instrucciones de como realizar el diseño de la camiseta con la que vestirían el caballo.
Yo veía a mi hijo correr de un lado a otro y jugar solo. Se miraba en unos espejos y parecía no escuchar. Yo insistentemente lo llamaba y le pedía que participara de la actividad con el caballo, pero él no lo hacia. Los padres de los otros niños me miraban extrañados y a manera de juzgamiento; tal vez se preguntaban que pasaba con mi hijo, que era el único que no atendía ni participaba de la actividad.
Fue muy estresante para mi ver esta imagen, en donde miles de preguntas venían a mi mente y a las cuales no les tenía respuestas. Mi hijo no parecía interesarse por la actividad y mucho menos por compartir con los otros niños, yo me sentía terrible.
Finalmente esta tortura terminó y regresamos a casa. Al llegar lloré amargamente por lo sucedido, pero llegué a una conclusión: no había aceptado a mi hijo como era. No veía que a su manera, él había disfrutado la fiesta. A pesar de que me molestaba lo que pensaran los otros padres y me dolía que no se comportara como los otros niños.
Sin embargo, decidí entregar a mi hijo al Señor y pedir perdón por no aceptarlo como Dios lo había enviado a nuestro hogar. Por ser tan pequeña de mente y no ver que en medio de las circunstancias somos únicos, especiales y con habilidades y talentos. Que el amor es lo que nos permite seguir adelante y reconocer lo realmente importante en la vida.
Hoy doy gracias por este camino recorrido. Por esta historia y por todas las enseñanzas para mi vida. Por tener un corazón diferente y por haber dejado de un lado las criticas del mundo. Y creer, con mucha fe, en que podemos lograr cosas increíbles en nuestros hijos.
Ornella Pérez